miércoles, 21 de junio de 2017

LA MUERTE EN Y PARA EL (SÚPER) HÉROE

A la hora de realizar historias sobre un súper héroe, todo el mundo recurre a esa persona para plantear, de un modo más o menos disimulado, cuál es su teoría filosófica sobre varios temas de distinta índole y uno de los que más se repite es el de si el héroe mata o no. ¿Está justificado? ¿Es lógico?

Si nos remontásemos a los héroes de los cantares de gesta, es posible que veamos factible que mate a sus rivales ya que van a la guerra, luchan contra gente terriblemente cruel y el maniqueísmo es muy difuso aún en según qué cosas y muy claro en otras.

Pero, si nos fijamos en la figura del súper héroe, Habría que plantear muchas cosas y verlas con detalle.

En 1938 empieza lo que muchos podemos llamar “La creación del súper héroe” cuando aparece el Action Comics número 1 con ese hombre levantando un automóvil ante la aterrada mirada de otros individuos. Ha nacido Superman, pero aún está en súper pañales y no se dedica a partirse la cara contra Lex Luthor o cualquier otro de sus villanos (que los tiene y puedo nombraros hasta seis así de pronto, doce si me esfuerzo mucho), este Superman surge para detener maltratadores y criminales de a pie usando los medios que sean necesarios y por esto hablo darles palizas terribles o incluso llegar a soltarles desde varios metros de altura.


Un año después, en 1939, aparecería el que muchos han considerado su héroe favorito. En el Detective comics número 27 aparece un hombre enmascarado que no dudará en (ojo a esto) disparar a los criminales y acribillarlos. Batman viene en busca de venganza. ¡Batman mataba!



Esto va variando al gusto de sus autores. Aparecen las primeras amenazas para ambos héroes, se plantea la idea de que la primera vez que aparece el Joker, Batman lo mate (No bromeo, es así), se nos presenta a un criminal calvo y maquiavélico que toma el nombre de… No, no es Lex Luthor. Hablo de Ultrahumanita… en fin, se suceden los años, los héroes son un hecho en las páginas de los cómics, cada niño tiene su favorito, se sacan todo sobre estos nuevos enmascarados con capa o sin ella, llegan Flash, Wonder Woman, Capitán Ámerica, Namor, la primera Antorcha humana… estalla la segunda guerra mundial… y llega la Seducción del inocente del Doctor Frederic Wertham, donde este psiquiatra expone que tras la guerra, crece la delincuencia juvenil (Cosa que pasa en muchos casos tras un periodo de posguerra) y que estos elementos rebeldes de la sociedad leen cómics, ergo los cómics corrompen a los niños, maten a los cómics ¿¡Es que nadie piensa en los niños!?... cuando a lo mejor era lógico pensar, a mi parecer, que los cómics estaban al alcance de cualquier chico por solo cinco o diez centavos y que algunos se los iban dejando a otros.
El caso es que este ensayo destrozó los cimientos del cómic, pero no el de los súper héroes exactamente, si no las historietas de terror y crímenes más que otra cosa. Si es cierto que se crea un sello de censura que deben pasar todas las publicaciones de cómics (salvo algunos casos que no expondré por no desviarme del tema), y esta censura no permite que los súper héroes maten. Perfecto. Ya está. El héroe no mata por no dar un mal ejemplo a sus lectores. Aquí podría dejar de escribir e irme a hacer otra cosa, pero claro, quien hace la ley, hace la trampa y así, bordeando la línea, en los 70 del siglo XX surge un tipo de héroe que poco o nada tiene que ver con aquel que viste su capa y detiene criminales. Surge lo que algunos llaman el anti héroe, y este es el que llega a gustar más.

Si en los 60, Spiderman, los cuatro fantásticos o Hulk saben adaptarse a su tiempo y mostrar un héroe con ciertas debilidades y taras, que en algunos casos maldicen tener sus poderes y ser lo que son, los años 70, con el Vietnam de fondo y los movimientos sociales, traen un desengaño frente a las autoridades. El presidente Nixon estaba pringado en asuntos muy oscuros y oscuros iban a ser muchos héroes de aquel momento. Así vemos que, off de record (Solo sucedido por una onomatopeya), se intuye que Wolverine mata a un guardia ante el horror de sus compañeros mutantes de equipo, los X-Men, o como un justiciero que mata por igual a un narcotraficante que a un transeúnte que cruza la calle en rojo, acapara las páginas de algunos cómics para castigar a los criminales sin importarle otra cosa que limpiar las calles del crimen. Si eres culpable, estás muerto y eso hace que Punisher (Castigador) tenga un cometido tras el asesinato de su familia… Es decir, Batman podía haber sido Punisher y en los 30 y los 40 lo fue.

¿Acaso el lector necesita que le muestren que el mal se paga con todas las consecuencias? No, no tiene porque. Aún está vigente un Spiderman que ha sufrido pérdidas importantes en su vida y sigue adelante. No olvida a su tío Ben, ni al capitán Stacy, ni a Gwen Stacy… Esta es mi vida, la voy a seguir. Voy a hacer lo que creía mi tío: Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Responsabilidad. Esa es la clave. Un poder, grande o pequeño, merece una responsabilidad para con el mundo. Spiderman podía haber matado al ladrón que asaltó su casa, al Doctor Octopus, al Duende Verde… y no lo hace porque entonces se convertiría en todos ellos.

Igual pasa con Batman o Superman. Batman podía haber matado a Joker. Se lo merece. ¿Cuánta gente ha muerto por culpa de sus actos? ¿Dos? ¿Seis? ¿Ciento veinticuatro? Pero si le mata, ¿Es mejor que el asesino de sus padres? ¿Y Superman? ¿Es justo matar cuando tus padres adoptivos te han enseñado unos valores que van más allá de si eres capaz de volar o lanzar rayos por los ojos? ¿Matar a Luthor hubiera hecho que Clark Kent fuera mejor hombre que el megalómano calvo que desea vengar que Superboy le hiciera perder su cabellera pelirroja? (No es broma, eso pasó)

Está claro que matar va contra la naturaleza de los actos de ciertos héroes pero… ¡Eh! ¡Oye! ¿Y lo del Batman de Miller en el regreso del caballero oscuro donde deja a Bruce Wayne? Bien, eso es algo a revisar, sin duda.

En esa magistral serie donde Frank Miller crea un increíble ocaso del caballero oscuro de Gotham, Batman acribilla a un adolescente de una banda llamada los mutantes para salvar a una niña. No hablamos de un Batman de veinte o treinta años, hablamos de un Batman que ya roza los sesenta y que está desengañado con el mundo, que sabe que está en el ocaso de su vida, que si desea hacer algo por el mundo que le rodea, por esa ciudad que grita de dolor, debe pasar esa línea aunque eso signifique perder su moral y su ética personal, cosa que el Joker termina arrebatándole del todo con los actos de esa historia. Batman se ha perdido y no le importa. Miró al abismo y se convirtió en parte de él.



Si vemos los sucesos de la película de 1989 de Batman, dirigida por Tim Burton, vemos algo que ya se hará vigente en casi todas las cintas de Súper héroes: Matar está permitido. Sí, venimos de Bruce Willis y sus Died Hard (La Jungla de cristal en España), donde matar a los enemigos es algo cotidiano y vigente. Por eso Batman no se detiene ni le importa si mueren criminales de todo tipo por su mano, ya sea en esta cinta o en la de Batman Vuelve. Así pues, Batman mata, Tormenta en X-Men mata, Lobezno también (por supuesto, si lo hace en el cómic…), pero llegamos a Batman Begins (2005) y vemos algo que cambia y rompe esa tónica de Matar está permitido. Duncan (Ras Al Ghul) va en un tren que va a explotar. Batman ha salvado la ciudad y detenido el plan del hombre que ha quemado su casa e iba a destruir Gotham y crear el caos. La lucha idealogica está en que, aunque ambos creen en que pueden salvar el mundo, Ras piensa claramente que se debe matar para preservar el orden, Bruce Wayne no… y eso no impide que Batman a la hora de la verdad no mate a su rival, si no que no le salve de su propia muerte. Ahí está la clave. No voy a matar pero nada ni nadie me obliga a salvarte cuando tú no lo hubieras hecho. La línea es difusa pero no se ha pasado, a mi parecer. Ras parece aceptar su destino. Morirá pero sabe que no ha arrastrado a su rival a ser un asesino. 

Por lo tanto, ¿Es posible decir sin error alguno que un súper héroe se define en verdad por sus principios y su responsabilidad para con los demás? No siempre. Si nos situamos a principios de los años 2000, surge una nueva corriente que nada tiene que ver con el héroe de antes y que viene de la mano de autores como Grant Morrison y Mark Millar: The Authority y The Ultimates.

El primer grupo de héroes mencionado, es capaz de ver la línea que antes decíamos y mearse en ella. Matar es algo que viene con el traje y si además podemos torturar a nuestros enemigos de alguna manera, mejor. Llega el momento en que el Súper héroe se convierte en un soldado que mata para preservar el orden, en un modelo de autoridad (de ahí el nombre del grupo) que se emborracha de su poder. Ya entonces el sello de censura que trajo Frederic Wertham ha sido aniquilado también. Ahora está permitido todo. Authority se burla de alguna manera del héroe clásico y se proclama defensor de la figura del nuevo súper hombre. Joe Kelly, guionista de Superman, haría una saga en el hombre de la enorme S en el pecho donde mostraría que pasaría si se cruzase con un grupo (llamado esta vez la Elite) que hace y deshace a su antojo y se ocupa de proteger el mundo con las mismas armas que los criminales. El problema no es si pasar la línea es lo que hace más real al héroe, es si puede ser capaz de mantenerse firme y adaptarse a que lucha por un cometido mayor que el del ojo por ojo. Es seguir firme a unos valores pese a que eso no le haga tan popular como quisiéramos. Me gustaría decir que los que leyeron y fliparon con The Authority son aquellos que no tienen idea de lo que es un súper héroe, pero eso no es cierto pues era (y uso el pasado porque me da que esta época del héroe que traspasa esa línea moral ya llegó a su fin) un producto nuevo y atrevido hecho por gente que sabe de lo que escribe. Grant Morrison supo calar bien a Superman en su All-Star Superman (a mi juicio, uno de los mejores cómics del primer súper héroe) y Mark Millar ha logrado un gran número de cómics memorables donde no hay ni una muerte por parte de los héroes y que han hecho que pase un rato muy grato (Sus números en Cuatro fantásticos son sensacionales), no obstante, este autor, Mark Millar, es el encargado de dar forma al que muchos han denominado los Vengadores del siglo XXI: The Ultimates.

Estos Vengadores no dudan en hacer lo que sea necesario por el bien común de EEUU y eso mismo, les explota en la cara en forma de un complot que les causa una profunda crisis y les hace replantearse su papel en el mundo. Vale, sí, matan y mucho, pero también debemos admitir que Millar (Autor escoces como también lo es Grant Morrison), da una visión filosófica sobre si un héroe que escoge el camino de matar puede redimirse de sus actos o no.



Ahora bien, alguien tras leer hasta aquí, se puede señalar que pese a todo hoy día tenemos que en la pantalla de cine un héroe como Superman ha matado en películas como El hombre de acero. Bien, cierto, y aquí llega algo que he llegado a discutir con gente que parecía desencantada con el modelo clásico del súper héroe (por llamarlo de alguna manera), y es el hecho de que en esa película no existe Clark Kent como tal. Clark Kent es la parte humana de Superman y sin esa parte y esos valores que debe aplicar a su día a día, solo es Kal El, hijo de Jor El y Lara. Un exiliado, un hombre que está por encima del bien y el mal y que no se va a someter a los principios morales de los demás. Que sí, que Clark Kent es un disfraz para ocultar sus poderes, pero Superman no es el que importa en esa duplicidad (No así pasa con Batman donde Bruce Wayne es sólo el cascarón vacío de alguien que desea que nadie sufra), es Clark, el hombre que desea ser aceptado, pasar desapercibido, tener una vida tranquila y normal pero que cree que debe ayudar a los demás a que todo esté en un cierto orden. Matar no es algo natural en alguien que desea ser uno más pese a no serlo. No es normal. Nadie en verdad lo es y cuando Zod le “obliga” a matar, escoge la opción fácil (Aunque claro, estos hechos suceden porque tenemos a un Superman que no es humano o no tan humano como debiera ser).

Entonces, ¿Un súper héroe debe matar o no? A mi juicio, no y explicaré mi postura: Un súper héroe ya por si surge y hace la justicia que él cree conveniente. No es un policía, no ha hecho el juramento de proteger y servir, simplemente se ha puesto un disfraz y ha decidido hacer lo que cree correcto. Veamos el caso de Rorschach en Watchmen (ya sea el cómic o la película). Rorschach es totalmente el modelo de lo que yo llamaría anti héroe. Viene de una infancia dura, es un hombre desequilibrado pero hasta que no es testigo de un hecho cruel y desalmado como es el que se da con el secuestro de una pobre niña, no opta por perderse y convertirse en un asesino, en un criminal a ojos de muchos. Hizo su justicia y al final perdió el norte, por decirlo de algún modo. Luego es un criminal. Pero es un criminal desde el principio. Obstruye la labor de la justicia, de la policía, de los jueces, de todos… y cuando mata ya se ve que es un verdadero criminal.

Si pensamos que un enmascarado es ya per se un criminal, lo único coherente que le queda a este héroe es no pasar ciertas líneas. No matar es una. Si mata una sola vez ya no es distinto a los criminales que desea detener. No es mejor que el ladrón, el violador o el criminal con máscara verde y planeador que desea hacerse con el control de los bajos fondos o el terrible payaso que da algodón de azúcar envenenado a unos niños para que todos sean testigos de una broma mortal y perversa. Lo único que separa al héroe de sus enemigos es su ética y sus principios. Cuando J.J. Jameson dice que Spiderman es una amenaza, puede que no esté desencaminado, ya que es un hombre disfrazado que decide atrapar maleantes y se las ve con villanos tan extraños como peligrosos, pero que si un día decide robar un banco porque está harto de tener problemas con el alquiler, se convertirá en lo que siempre combatió. De ahí que su poder tenga una responsabilidad, como el poder de muchos otros héroes. Por tanto, el héroe, sin él quererlo, es un modelo de conducta para otros. Si un día alguien descubre que, por ejemplo, Barry Allen es Flash, seguramente alguien dirá que debe ser detenido por los daños que ha causado a la propiedad o por que ha obstruido el trabajo de la policía. Por mucho que James Gordon se resista, Batman será alguna vez perseguido y detenido si se llega a tener la certeza de que es Bruce Wayne.



Por lo tanto, si el héroe mata ya no es en sí un héroe. Una cosa es que no quiera salvar a alguien o no pueda. Spiderman no pudo salvar a Gwen Stacy y lo intentó. Daredevil no pudo salvar a Karen Paige y lo intentó. Batman no quiso salvar a Ras Al Ghul en Batman Begins y ahí se nos mostró una faceta que se puede juzgar y analizar con detalle, pero que hace humano al héroe. “No tengo porque salvar a un criminal”. Lo mismo puede pasarle con Joker. “No voy a salvar a la persona que mató a palazos a mi compañero, dejó paralitica a una amiga y asesinó a cientos de inocentes… pero no va a morir por mi mano”


Tal vez llegue el momento en que alguien vea coherente y necesario que un héroe mate, pero yo a mi juicio el que llegue a asesinar no le convierte en absoluto en un héroe, porque la fuerza está en mirar a ese abismo y devolverle nosotros la mirada y estar firmes ante un hecho: No hay héroe que tome una vida para hacer justicia, pues entonces la justicia habrá abandonado la sala por la ventana.    

viernes, 14 de abril de 2017

AMALGAMA

Amalgama.
Del b. lat. amalgama.

1. f. Unión o mezcla de cosas de naturaleza contraria o distinta.

2. f. Quím. Aleación de mercurio con otro u otros metales, como oro, plata, etc., generalmente sólida o casi líquida.


Comisaría de Policía DE CHARMARTÍN, Madrid, ABRIL DE 1996

Orlando no tenía una vida sencilla. Era algo que se veía a la legua. Con sólo trece años era carterista, ladrón de poca monta que había dado algún golpe en joyerías, todo un perla como se dice comúnmente. Tenía cierto encanto innato y algo más…

Pero ahí estaba, con varios moratones, con un algodón en la nariz y esposado en aquella sala de interrogatorios. Nunca entendió como dejaron a aquel hombre entrar en esa sala. Era un hombre de cabello castaño oscuro, ojos pardos, mentón romano y bien vestido. No era un policía. Algo le decía que no.

-Hola. En menudo lío te has metido.

Orlando no dijo nada. Sólo observaba a aquel hombre que portaba una sonrisa fraternal.

-Te llamas Orlando ¿No es así?
-Sí…
-¿Tienes padres? ¿Hermanos?
-No…
-Así que te cuidas tú sólo.
-Tengo amigos.
-Cómplices.
-Llámelos como le salga del cu…
-¡Cuida tu lenguaje, jovencito!
-¿O qué? ¿Me dará unos azotes? ¿Me lavará la boca con jabón?
-¿Desde cuándo los tienes?

Orlando no respondió.

-Sabes bien de lo que te hablo. No creo que un chaval de trece años pueda escapar de la policía tan rápido… ni romper tres costillas a un agente así como así. Por lo tanto, te lo voy a preguntar otra vez: ¿Desde cuándo los tienes?
-Desde hace ocho meses…-Respondió tras unos minutos en absoluto silencio
-Y no los comprendes ¿Cierto? Claro que no. Muy pocos los comprenden.
-¡Yo puedo comprender más cosas de las que piensa usted!
-¿De verdad? Por eso tienes moratones y golpes por todo el cuerpo.
-Esto me lo hicieron los puñeteros pitufos de mierda.
-¡Ya te dije que controles tu lengua!
-¡No me sale de los huevos!

Aquel hombre le propinó un bofetón a Orlando que le dejó enrojecida la cara.

-Escúchame bien. Para el resto eres un maldito ladrón, un joven delincuente que acabará sus días en un correccional o en la cárcel. ¿Quieres eso, chico listo? ¿Eso buscas?
-Tal vez es lo que merezco.
-¿Y desaprovechar tu potencial?
-A nadie le importa eso.
-A mí sí, pero si deseas ser alguien, debes prepararte.
-¿Qué es usted? ¿Una especie de mecenas de los niños de la calle?
-Soy tu esperanza de ser algo más, Orlando. De poder hacer algo mejor con lo que se te ha dado.
-¿Y cómo sabe que me interesa su propuesta?    
-Porque veo el miedo en tus ojos.
-¿Qué pasa? ¿Qué no le funciona el pito para engendrar hijos?
-No es eso. Tengo una hija de doce años y hace poco me he casado.
-Enhorabuena. Perdóneme, pero me he dejado mi vajilla de plata para regalar en mi casa de campo.

El hombre rompió a reír.

-¿Te interesa entonces?
-¿Qué me adopte? No sé…
-Es eso o el correccional.

Orlando miró sus muñecas esposadas y asintió.

-Si me puede ayudar a entender mis poderes, sí…
-Perfecto. Me llamo Rodrigo Calatayud.

UNIVERSIDAD M. CAMARERO, MADRID, JUNIO DE 2009

-Enhorabuena, muchacho.-Rodrigo Calatayud estrechó entre sus brazos a Orlando por su reciente graduación en la universidad.-Estoy tan orgulloso de ti…
-Gracias, señor. Todo se lo debo a usted.

Clara se acercó a él. Era una chica de unos veinticuatro, de cabello castaño oscuro y ondulado y ojos pardos.

-Pecosa.-La abrazó.
-Doctora pecosa, para ti.
-¡Huy, sí! ¡Que se nos doctora la niña hermosa! No podía ser menos que su papaíto.
-Juntos haréis grandes cosas.-Indicó Rodrigo.-Mientras tanto, lo mejor es que celebremos este momento.

Sandra, la esposa de Rodrigo, sonrió al verlos acercarse a donde ella y Sofía, una niña de 11 años, les esperaban. Sofía corrió hacia Orlando.

-¡Estás muy guapo con ese traje!
-Gracias, Sofí.
-Ah, ¿Y yo no estoy guapo?-Sonrió Rodrigo.
-Tú llevas traje muchas veces, él no.
-No, él lleva esas horribles camisetas con superhéroes musculados y tías siliconadas.-Apuntó Clara.
-Y las cazadoras raídas.-añadió Sofía.
-Tampoco te olvides de los pantalones…
-Vale, ya sé que no soy un tipo elegante, pero soy muy atractivo.

Clara soltó una carcajada.

-¿Lo dudas?

Sandra también abrazó a Orlando para luego felicitarle.

-No es tan importante terminar una carrera con veintiséis años.
-Para nosotros es más que eso.-el señor Calatayud posó su mano en el hombro de su ahijado.-Es el momento en el que tú y Clara por fin estáis a punto de lograr algo muy digno por esta ciudad.
-Ni que la fuéramos a salvar de todo mal…
-Tiempo al tiempo.-Sonrió Clara.

Orlando recordó entonces la suerte que tuvo. Tenía una familia. Una de verdad. Que le apoyaba, que le quería, que le respaldaba. Haber crecido con Clara y con Sofía era en sí un regalo.

Aún recordaba cuando conoció a Clara…

-¿De verdad eras de los malos?
-¿De los malos?
-Sí, de los que atracan, roban, pegan a la gente…

Esa niña de pecas y trenzas le observaba con esos ojos pardos, llenos de miedo.

-Pues ya no lo deberás hacer. Voy a ser tu hermana y te voy a ayudar a ser buen chico…. Si quieres, claro.

Orlando pensaba que aquellas palabras eran ridículas y cursis, pero evitó ofender a esa niña.

-Gracias.
-Tengo Boomers de manzana acida ¿Quieres?
-Sí. Me encantan.

Y esa tarde se graduó… hacía una vida de aquello. De los chicles de manzana acida, de acceder a jugar a cosas absurdas con Clara, de aprender a no decir tacos y a usar bien sus poderes, de velar por Clara y de Sofía, quien dio sus primeros pasos al intentar llegar a él…

Era parte de aquello.

-¿Qué piensas?-Preguntó Clara cuando se acercó al balcón de la casa familiar donde estaba Orlando apoyado en la balaustrada.
-En que le debo mucho a tu padre, a Sandra… a ti.
-A mí no me debes nada, Orlando. Lo hice porque quería y porque me caías bien. Siempre con el ceño fruncido, taciturno y preocupado de no soltar una palabrota.
-Y ya me ves…
-Ya te veo. Eres otro.
-Sí, otro al que se le viene una encima…
-No seas tan negativo. Esto puede ser cojonudo.

Orlando no pudo evitar reírse al oír a Clara decir aquello.

HOGAR DE LOS CALATAYUD, MADRID, SEPTIEMBRE DE 2010

-Pude haberlo evitado.-Se lamentó Orlando.

Llevaba cuatro meses siendo un héroe. Siendo el Aviador. Salvando gente. Deteniendo a criminales… y dejó que unos atracadores pegasen tres tiros a Rodrigo. No estaba. No le pudo salvar, pero no paraba de decírselo. Debió haberlo evitado.

Clara no habló en todo el día. Sólo respondía con monosílabos y lloraba en silencio. Héctor, su novio, no se separaba de ella, pero allí, a solas, sentada en un sofá tras enterrar a su padre, Clara oyó las palabras de Orlando y no dijo nada… solo negó.

-No. No pudiste evitarlo.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque no puedes salvar a todos, Orlando. Por eso.
-Pero debí…
-¡No!-Rugió.- ¡No te atrevas a decirlo otra vez!
-Clara…

Clara se abrazó a Orlando y lloró. Lloró amargamente.

-Le dije que me presionaba mucho, que yo no era él… y ahora está muerto. Si le hubiera dicho que valoraba tanto lo que hacía por mí…
-Ya lo sabía. Sabía que lo querías y él te adoraba. Eras su debilidad. Tú y Sofía. Atraparemos a esos indeseables.
-Cuando lo hagas… quiero que sufran.
-Pecosa, no te dejes llevar por la rabia.
-Quiero que sufran, Orlando. Y mucho.

Justo en esa habitación donde estaban, apareció de modo temeroso una chica negra de unos veinticinco años, de pelo rizado y negro, ojos color café y aspecto alegre, pese a que en ese momento parecía verdaderamente triste.

-Perdonad que os moleste, pero…
-No pasa nada.-Esbozó una sonrisa Orlando.- ¿Qué pasa?
-Pues… eh… bueno… yo… eh… lo primero, daros el pésame. Vuestro padre era un gran hombre, el mejor y… eh… lo segundo que… que… en fin, con la muerte de mi jefe, del señor Calatayud, pues…

Clara parecía atravesar con la mirada a la pobre chica.

-Eh… que… Quiero ayudaros. Quiero formar parte del equipo Aviador. Os voy a ayudar en todo. De verdad. Cien por cien leal y de fiar.
-Por mí bien.-Accedió Orlando.

Clara sólo asintió. Antes le hubiera dado las gracias y hubiera sonreído, pero desde aquel día, sonreía muy poco. Se murió la sonrisa y el atrevimiento entonces.

Algún lugar de Madrid, enero de 2011

Orlando, con su traje de Aviador, sujetaba por el cuello a aquel hombre que había estado meses persiguiendo. Jerónimo Aldanza. Un hombre de cincuenta y seis años, de cabello castaño oscuro, ojos azules tras esas lentes redondas… El hombre que ordenó que asesinaran a Rodrigo Calatayud.  

-¿Y ahora qué? ¿Me vas a matar?
-Es tentador.
-¡Hazlo!-Ordenó Clara por el comunicador.- ¡Me prometiste que sufriría!
-Pobre muchacho huérfano. Matarme no va a devolver a tu padre adoptivo. Sí… lo sé todo. Sé más de lo que crees. Tu alma se perdería si me matases y si me mandas a prisión, todos lo sabrán. Sabrán quién eres y no podrás proteger a quienes quieres.
-Eres un maniaco.
-¿De verdad? ¿Y me lo dice un tipo disfrazado de piloto antiguo? Yo soy un mal necesario.

Orlando observó a aquel individuo. Meses buscándolo. Meses y ahora… podía vengar a su padre adoptivo. Podría darle su merecido a ese hombre que sólo deseaba castigar al padre de Clara y Sofía por no acceder a sus exigencias. No colaborar con él para crear algo que Orlando ni quiso ni supo entender.

-Te equivocas conmigo.-Dijo al fin soltando a Jerónimo.-No me importas.
-¿¡Qué!? ¡No, Orlando! ¡Debes…!-Protestó Clara.
-No vas a arrastrarme a mí ni a los que me importan a tu juego. Matarte no es justicia. Quédate afónico diciendo quién soy… no eres nada para mí.

Jerónimo no dijo nada, pero su rostro se descompuso al oír a Orlando.

-¡Soy tu mayor antagonista! ¡Te he vencido! ¡Soy Jerónimo Aldanza! ¡El mayor genio criminal!
-Menuda mierda de antagonista eres. Nadie te recordará. Yo no te recordaré. Mi padre adoptivo se sacrificó por protegerme. Eso sí es digno de recordar.

Jerónimo tomó una pistola y apuntó a Orlando.

-¡No te atrevas a ridiculizarme! ¡Rodrigo también lo hizo! ¡Por eso lo tuve que matar!

Orlando mantuvo la mirada a su rival y escupió en el suelo antes de salir  del despacho de Aldanza. No tardó en oír un disparo. Había matado las esperanzas de un hombre y ese era el único crimen del que pensaba responder.

-Ahí tienes tu venganza, pecosa… ¿Mereció la pena?

Clara no respondió.

Parroquia San Antonio de Cuatro Caminos, MADRID, Marzo DE 2011

-Hacía mucho que no te veía por aquí.-Dijo a modo de saludo aquel cura menudo de sesenta y dos años, de cabello gris, ojos verdes y nariz chata al ver a Orlando, allí, de pie, observando el recinto que visitó alguna vez de niño.
-He estado muy lejos de Dios. No me extrañaría que no fuera su hijo predilecto, padre Orfeo.
-El Amor no es envidioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor.-Respondió el cura.-Tal vez te vendría bien hablar con alguien que pueda entenderte.
-Sí, me vendría de lujo, sobretodo porque he perdido mi fe en mí mismo.
-¿Y cómo es posible eso, hijo mío?
-Pude salvar a la persona que más hizo por mí en este mundo y no lo logré. Mis actos trajeron daño a los que me importan.
-Me temo que si no te perdonas tú primero, nadie más podrá. Recuerda que el débil nunca puede perdonar. El perdón es el atributo de los fuertes.
-¿Eso es de San Juan?
-No. Gandhi.
-¿Y si fue yo un débil?
-¿Alguien cómo tú débil? No, Orlando. No lo eres. Has logrado tantas cosas, que me extraña que el chico que intentó robar el cepillo de esta casa tantas veces no pueda ver al buen hombre que hoy es. Tienes una familia, gente que igual que tú ha perdido algo muy valioso. Necesitan tu amor tanto como tú necesitas el suyo. No les abandones. Respeta lo que has logrado y lo que haces por los demás.
-Gracias, padre.
-Sabes que mi puerta está abierta siempre que necesites hablar.

Orlando suspiró y echó un último vistazo al Cristo que había allí antes de retirarse.

A la noche le dolía la cabeza de tanto pensar, pero tenía muy claras ciertas cosas. Clara y él apenas hablaban de lo que sucedió con Aldanza, pero igual que le prometió a ella que haría sufrir al culpable, prometió otra cosa más importante a Sandra y a Sofía: Les diría quién lo hizo y le demostraría que ellos eran mejores.

-Ahora ya se acabó.-Confesó Sandra al recibir la noticia.
-Así es…
-Gracias, Orlando. Gracias por cumplir tu palabra. Rodrigo estaría muy orgulloso de ti. Yo lo estoy.
-¿Estarás bien? -Preguntó Sofía.

Orlando no respondió, simplemente le depositó un suave beso en la frente.

Pero con Clara no fue tan sencillo… tal vez porque ella se sentía culpable por pedir venganza, tal vez porque al tener lo que en cierto modo esperaba, descubrió que la herida seguía abierta. Le importaba. Era muchas cosas para Orlando. Muchas y muy transcendentales en su vida.

Así que no era de extrañar que alguien diera unos suaves golpes al cristal de la ventana que daba al salón del piso de Clara. Esta no tardó en abrir y ahí estaba él. Orlando llevaba en su mano derecha una bolsa de papel con comida que traía de uno de los lugares favoritos de Clara.

-Hola, ¿Sale Clara a cenar?
-¿Qué haces aquí?
-Ya lo dije: Cenar contigo.
-No estoy de humor…

Él descendió y abrazó a su hermana adoptiva.

-Orlando, ¿Qué se supone que haces ahora?
-Pegar los trocitos que tienes rotos, como hacías tú conmigo de niños.
-No, por favor… no me hagas esto…
-A mí tampoco me agradaba, pero luego te acostumbras.
-Eres idiota.-Sonrió ella tras caérsele dos grandes lágrimas de sus ojos.
-Por eso estás tú en mi vida, para velar por mí.
-No soy muy de fiar.

-Nadie lo es siempre, Clara. Nadie. No importa lo demás, sólo el aquí y el ahora, así que vamos a cenar y después, veremos que nos depara la Fortuna.  



martes, 28 de marzo de 2017

Amo de mi castillo

Cae esta tarde de marzo con añadida diligencia
Más la tímida luz que solicita mi sorda audiencia
hace que recuerde que la inocencia del lugar
vestirá tu bello cuerpo y tus pasos al llegar

Me muero por verte sonreír en este rincón
Serás bienvenida a esta casa tuya, corazón
Será alto el precio de esperar tu figura
Feroz huella que me marca y me fulgura

Me hablarás del jadeo del viejo pavimento
Y de cómo y cuándo te fue tan y tan lento
tu día lejos de este hogar y cuatro paredes
y las formas de olvidar sucias maldades

Dan las ocho de la lenta tarde de espera
Contándote cómo puse, como prometiera,
lavadoras y me duché con los juramentos
para poder abandonar el olor de lamentos

Bailaba el agua a lo que debía ser y no parece
Amo de mi castillo en el aire que se desvanece
Es pequeña y humilde esta ilusión de esplendor
donde el polvo de hadas duerme a mí alrededor

Nadie osó jamás pararse a pensar en este hecho
Nadie preguntó nunca sí bajo el prestado techo
extraño lo que no tuve y que ya no conquiste

que es saber que ese hogar al que llegas existe  

viernes, 13 de enero de 2017

Querida mía

Cada año desde que empecé este blog, he escrito algo para mi cumpleaños, por eso hoy os traigo algo que encontré en una estación de metro de Madrid[1],  dentro un sobre, esta carta que guardé durante mucho tiempo en una de mis carpetas. Hoy la encontré y me pareció tan bonita, que decidí transcribirla:   






Querida mía:

Sé que no te escribo desde… nunca. Nunca te he escrito. Es así. No te escribí nunca pero veo el montón de papeles de distinto tamaño y color en mi lado derecho de la mesa de estudio y me acuerdo de las veces que me prometí comenzar una novela o un cuento incluso, y sin embargo, te estoy escribiendo esta carta.

¿Te dije que hoy paseé por Madrid? No, sé que no. Pues lo hice, pero ¿Y eso que importa? Tal vez para decirte que hoy vi atardecer en plena Plaza de España y me pareció algo bello. Mírame, siendo cursi cuando no soy nada natural. ¿Te acuerdas cuando me pasaba la vida sonriendo? Pues ya no lo hago y lo sé por como la gente observa mi gesto. Mi rostro debe transmitir esa inconformidad. La inconformidad de alguien que ve poco viable que hoy día alguien me vea de otro modo que como un transeúnte que pasa por una calle.

Y es acojonante increíble, pero aún recuerdo aquel día gris donde el frio se nos metía hasta el tuétano, y te prometí que no te pensaba dejar sola. Fue antes de Sofía. Recuerdo bien que no parabas de hablarme y de decirme las cosas más dispares que se te pasaban por la cabeza. Sigo pensando que tú estabas más enamorada de mí que yo de ti… y pese a eso, has sido tú la que te fuiste, tal vez harta de mí, tal vez harta de Sofía.

Con que claridad te veo discutiendo conmigo en la cama sobre la educación de Sofía.  Tú me reprendías sobre lo duro que era con ella, que solo tenía siete años, que yo no veía normal que escuchase música que hablaba de felaciones, de sodomía, de violencia… Tú reías y decías que ella no entendía nada más que las palabrotas, pero eso no me calmaba…. Y hoy no estás.

Me costó mucho explicar a Sofía – y a mí también.- que una buena mañana habías vaciado tus cajones y te fuiste. ¿Era culpa mía? Sofía estaba convencida de que era culpa de ella y me juró que nunca más me disgustaría para que yo tampoco me fuera. Me quedé con ella siempre. Siempre que me necesitó. No la dejé cuando la pillaron robando en un centro comercial, no la dejé cuando le tuve que explicar que le pasaba cada cierto tiempo y que eso era parte de ser mujer, no la dejé cuando llegaba tarde a casa tarde y sin avisarme. No la dejé, la eduqué.

¿Y sabes qué es lo que peor llevo? Que se parezca tanto físicamente a ti, que algunas veces no pare de hablar y de decirme las cosas más dispares que se le pasaban por la cabeza.

Dentro de muy poco, nuestra Sofía va a terminar su carrera. Este ha sido uno de sus peores años a nivel personal, pues ha roto con ese novio tan chulito que se echó hace cosa de tres años. La dejó por otra chica, según sé. Para postre, vino llorando hace cosa de tres meses, jurándome que te vio en pleno Antón Martín, que se acercó a ti y te dijo quién era… y tú dijiste que no conocías a ninguna Sofía. Tal vez no fueras tú o tal vez seas una cobarde que niega las cosas cuando son muy evidentes. Me dijo que era como si le hubieran arrancado el corazón de golpe, que se volvía a replantear si de verdad no te fuiste por su culpa. Yo no le dije nada, solo la abracé. Fue después cuando hablamos hasta altas horas de la noche, sobre ella, sobre mí, sobre ti, sobre la vida misma…

Y mira que cosas, el tipo duro, el que no estaba tan enamorado, el que mira de mala manera a la gente en la calle, pierde el culo se desvive por Sofía. Es lo que me queda de ti. Desde el primer llanto hasta aquí, hay una vida que he visto poco a poco.

Ella es mi obra. Nuestra obra si lo prefieres.

Allí donde estés, sea Antón Martín, Franco Rodríguez o Reina Victoria, sea donde sea… espero que estés bien y seas feliz, porque yo ya lo soy.

Tuyo siempre:
Tu esposo y padre de Sofía.  

[1] Yo siempre pensé que la encontré en la estación de metro de Puerta de Toledo, pero como la carta habla de Antón Martín o Reina Victoria, he de suponer que debí encontrarla en alguna de las estaciones de línea 1, 2 o la circular.      

viernes, 30 de diciembre de 2016

EL IDIOTA QUE SE PUSO A ESCRIBIR ESTO

QUERIDA TÚ:

No espero que esta carta te llegue, puesto que ni te la estoy mandando en verdad. Es un vomito en un papel. Eso es.

Hace mucho que no sé nada de ti y la verdad es que eso es así porque pusiste muros alrededor de lo que es tu propia vida, tu ciudad de esmeraldas.

Yo por mi parte, aquí estoy. Me sigo preguntando muchas cosas, no como antes. No con un tono de deseo de ser aceptado por alguien que ya ni conozco. Es así. Antes te conocí un poco, solo un poco y ahora somos las sombras de dos extraños.

Quise por todos los medios enamorarme de ti y logre enemistarme contigo. Enemistarme no por mi parte, porque ya ves tú… no te deseo mal alguno, ni propio ni ajeno. Enemistados porque es lo que pensaste que podía salvarte de mí y de mis sobrecargados actos de cariño. Sí, fui cargante y ahora soy lo que hoy soy.

No me extraña el hecho de que nos hubiéramos visto en algún lugar. Yo no paro quieto de un punto a otro de Madrid explorando, viendo, conociendo. Seguro que o bien me has visto y me has evitado y yo no te he visto porque estaba en mi proceso eterno de reconstruirme después de los golpes recibidos por eso o aquello, o bien ni te has percatado que debajo de esa gorra de color verde amarronado (Pongamos que ese color existe), no me has reconocido. En ambos casos, mejor es, pues lo violento que sería darme cuenta de tu presencia sería como perderme en dos aguas: la del yo pasado que deseaba hablar siempre que podía contigo, y la del yo actual que no desea mucho de nadie porque no desea mucho de sí mismo.

Sé bastante bien (o lo quiero creer así) que tuviste hartazgo de mí y no te culpo. Era muy cargante siempre y a todas horas y más contigo que venías de paso. No hice bien nada en lo que se refería a tratarte adecuadamente. Sí te apoyé, sí creí en ti, pero ya eso lo pueden hacer y lo hacen otros.

Me hubiera gustado que las cosas no hubieran terminado así, te lo juro. Que hubiera sido menos inteligente y más listo, que hoy vieras lo que estoy creando y fueras mi fan incondicional con tus propias condiciones al respecto, como sólo tú sabes hacerlo.

¿Y por qué te escribo esto? Porque no te lo puedo hacer llegar y no quiero que ahora, en este momento en que no hay ni un puto puente de cristal que pueda atravesar, lo leas y pienses que otra vez he regresado a ser tu incordio de costumbre.

He cimentado muchas cosas en mentiras burdas y satisfactorias para un ego de juguete que era el que tengo, pero bueno, hecho lo hecho, echemos las redes y veamos que sale de todo esta verborrea escrita que se asemeja cada vez más a cuando uno prueba un bolígrafo nuevo para saber cómo escribe o uno viejo para ver si escribe algo más.

En esta soledad en la que me estoy recomponiendo me doy cuenta que el horizonte que mirábamos era este y no otro. Que sí, que te he dedicado páginas y páginas de amor, alegría, sueños y fantasías, ¿pero para qué? Era un Quijote sin caballo ni lanza. Esto es lo que yo era y ni así logré enfrentar a los molinos de tu indiferencia, porque ni los vi ni los esperaba.

En fin… divago y no quiero.

Sólo quiero que esto conste en el acta de mis gestos perdidos y me sienta mañana un nuevo hombre, cosa que entre nosotros, no es cierto ni lo será. Sólo decirte, para acabar, que tenías razón, no conmigo, conmigo no acertaste ya que una vez me dijiste que no era tan especial y eso, a las pruebas me remito, es un hecho que, para bien y para mal, lo soy.
Tenías razón, querida mía, en que de algún modo somos y seremos el día y la noche pero si Dios o la Fortuna, nos hacen cruzarnos en algún momento, deseo de corazón que no me veas como antes ni yo como después, porque si ahora somos extraños, de la extrañeza puede surgir un conocimiento moderado, pero de lo otro, de lo otro poco surge ni resurge.

Tuyo siempre:


El idiota que se puso a escribir esto.  

sábado, 13 de agosto de 2016

Quiero verte más

Sé que cuesta mucho trabajo pasar así los veranos.
Pongamos que lo imposible llamará a este amor
cuando surcaba ese abismo musitando con temor
como si tu oído fuera la negrura de los mundanos

Quiero verte más, pero no me dejas.
Quiero verte más, pero tú te alejas.
Quiero verte más, pero sin quejas.

Por eso estoy escribiendo algo que sea probable
a ver si algún día de estos te puedo sorprender    
y es cierto que no siempre te puedo entender.
¿O tal vez estoy siendo todavía muy amable?

Quiero verte más, pero no me dejas.
Quiero verte más, pero tú te alejas.
Quiero verte más, pero sin quejas.

¿Recuerdas hace cinco años cuando nos sentamos a hablar
 y dijiste que no te casarías por miedo a estar tan desolada?
Lo vi divertido y quise ver si este tren iba a aquella morada
donde los locos pudieran volver a aprender lo que es soñar

Quiero verte más, pero no me dejas.
Quiero verte más, pero tú te alejas.
Quiero verte más, pero sin quejas.

A los demás no les puedo perdonar hoy los errores ejecutados
pues piensan que en el firmamento trajeron ellos la única estela.
¡Qué ilusos! No vieron que la única forma que dejó una huella  
en mi brava imaginación era la de tus pies desnudos y adorados.

Quiero verte más, pero no me dejas.
Quiero verte más, pero tú te alejas.
Quiero verte más, pero sin quejas.

Tal vez sí y me vea pronto y con cierto placer haciendo los fardos
dejando este círculo sin fin de recuerdos con tanto polvo y carcoma.
Tal vez no y me quede con la nariz entre los libros que leí en broma
extrañándote sin querer extrañarte, que es el eterno mal de los bardos.    

jueves, 28 de julio de 2016

Globo sonda: El primer capítulo de mi (eterna) novela

Nosotros no somos más que náufragos
que buscan su lugar.
Flotando en la dirección del viento
y quemados por el sol.
Nosotros no somos más que islas
rodeadas por el mar.
Perdiendo la percepción del tiempo
que llevamos sin timón.


Náufragos, Niños Mutantes

Capítulo 1:
Bien... ¡Empecemos!

La verdad es que, aquel veinte de febrero del dos mil cinco, fue un día que Guillermo Belmonte no olvidaría fácilmente en su vida. A decir verdad, ese día, su vida cambió para siempre, pero lo mejor es empezar por el principio.

Comencemos por él. Cuando era niño, sus compañeros le pegaban y se burlaban de él (lo que hoy día, con mucha alarma, se llama Acoso escolar) Y todo por ser un niño bueno. Tal era así, que le trataban mal, que un compañero le puso la zancadilla para que se diera con un radiador y le pusiera un ojo morado. Su primer y, hasta la fecha, último ojo morado.

Ese niño bueno se convirtió al cabo de los años en un adolescente algo engreído porque sabía juntar palabras y conoció a un profesor como ningún otro que le dijo que valía para eso de la escritura. En el primer año de su bachiller, ese profesor murió de cáncer de garganta. Demasiados cigarrillos.

Y así, el adolescente dio paso a lo que, en el momento que nos atañe, se convirtió. Era escritor, o de eso presumía. Dedicó su vida al saber y al placer de la escritura, y, ciertamente, a sus veintidós años era un buen escritor. Él nunca lo terminó de creer, la verdad.
 Cualquiera se extrañaría del hecho de que accediera a navegar en el Grifo dorado, y más sabiendo que detestaba el mar, pero uno debe hacer lo que debe hacer y ese era el único medio que tenía a su alcance para que pudiera llegar a donde quería: Junto a su amada Gloria. Aunque, no era ese el único motivo, pues también le hizo tomar un barco el hecho de querer darle a su peripecia, por así llamarla, un toque de romanticismo y de aventuras, ese de los libros de Salgari o Verne. 

 Gloria y él se conocieron hacía un año, un seis de septiembre de dos mil cuatro,  viendo una película algo mala, de cuyo nombre no merece la pena acordarse.

-¡Oh, por Dios! ¿Quién se cree eso?- Exclamó ella.
-Yo no.- Respondió él.
-¡Exacto! Nadie en su sano juicio vería esto normal…
-Sssssh- Chistó una señora.
-Seguro que yo sería capaz de escribir un guión mucho mejor… Y he escrito historias que al lado de esto, son joyas literarias…-Comentó él lleno de orgullo.
-¿Eres guionista?- Preguntó Gloria.
-No, escritor.
-Por favor… Silencio.
-Perdone.- Se disculpó él.
-¿Eres escritor?
-Sí… pero uno no muy bueno.
-Tal vez he leído algo tuyo… ¿Cómo te llamas?
-Guillermo Belmonte.
-¡¿Estás de broma?!
-¡Que se callen los de la fila de atrás!
-No, soy Guillermo Belmonte. De veras que sí.
-Me encantó tu última novela. Desperté de la realidad. Me la leí en dos días ¿Qué digo leer? La devoré. Ay, perdona mis modales. Me llamo Gloria. Gloria Ballesteros.
-Encantado. Óyeme, ni tú ni yo parecemos muy interesados en esta burda película ¿Qué te parece que nos vayamos de la sala y charlemos un poco?
-Sería una gran idea.

Así que allí estaban, al cabo de veinte minutos, tomando un café en un lugar cercano.

-Aun no me lo creo. De veras eres Guillermo Belmonte. Lástima que no tenga aquí mi ejemplar de la novela.
-Da lo mismo… Gloria era tu nombre ¿No?
-Sí, Gloria.
-Tenía una profesora de latín que se llamaba como tú. Siempre me decía que buscase una buena chica.
-¿Y lo hiciste?
-No. Todas han tenido algún pero.
-Con lo que estás soltero.- Reflexionó Gloria en voz alta.
-Pues sí.
-Perdona, no quería…
-No, tranquila. Está bien.

Él sonrió de ese modo que alguien catalogó como una sonrisa encantadora de niño pequeño, tan discreta, tan sincera, tan involuntaria, que era parte de aquel escritor.

-En fin… es tarde.-Sentenció él tras mirar su reloj.-Tal vez deberíamos dejar esta charla para otro momento.
-Espera. A lo mejor soy una atrevida o una admiradora muy pesada, y no te culparía si lo pensases,  pero si no tienes ninguna cita previa, tal vez quisieras cenar conmigo.
-Me encantaría. Así podré firmarte la novela.
-Sí, claro.

Había conocido en esa tarde a la chica que haría que se enamorase como nunca lo hizo antes. Era su mayor golpe de suerte. Una chica guapa, inteligente, segura… Nunca antes pensó que conseguiría tener a su lado nadie mejor. Según su juicio, era más de lo que podía aspirar.

Parecía que todo iba sobre ruedas entre ellos hasta aquel sábado que prometía ser otro día más.

Se levantó de su cama de un saltó y se dirigió a la ducha. Hay que estar limpios para afrontar un nuevo día, pensaba.

Tomó sus ropas del suelo del dormitorio. Olió su camisa del día anterior. Aún estaba limpia, eso seguro.
Una vez vestido, metió sus últimos cincuenta euros en la cartera. Sería un escritor de éxito, pero varios días viviendo como un tipo ocioso pasan una factura al bolsillo.

Miró el móvil. Un mensaje SMS. Era de Gloria y decía algo así:

Esta tarde. A las 18.00. En el sitio de costumbre.

Te quiero contar una cosa muy importante.

Besos.

GLORIA

Tomó sus llaves, su móvil y su cartera para luego salir del piso en la calle Guzmán el Bueno en el centro de la enorme mole que es Madrid. Además de Gloria, estaba enamorado de esa ciudad, pero hay amores difíciles.

-Belmonte.- Le llamó la voz de la señora Matarrisas (no es broma, se apellidaba así esa buena mujer)

Era su casera. Estaba esperando justo en el rellano a que él saliera. Vestía con su bata de paño y con ese cabello cardado. Debió de haber ido a la peluquería el día antes, pues normalmente aparecía con rulos. Sí, la verdad es que era el vivo retrato de la arquetípica maruja, una especie que no se extingue nunca.
La comunidad de vecinos la temía, pues, a sus setenta y dos años, tenía más ardor guerrero que todos ellos, además de un carácter endiablado. No se entendía como su marido la soportaba, pero la teoría más extendida era que aquel hombre, calvo, enjuto,  con gafas redondas y pasadas de moda, era un santo varón o un estúpido integral.         

-Buenos días, señora Matarrisas. Bonito día ¿No?
-Déjese de buenos días, señora Matarrisas. ¿Dónde está el dinero que me debe?
-Aún no he logrado reunir todo lo que le debo de estos dos meses, pero le juro por lo más sagrado que estoy en ello.
-No me engaña ni una pizca. Le advierto: como mañana no tenga mi dinero listo, dormirá en un banco del parque.
-Descuide, señora Matarrisas.-Le sonrió con todo el encanto que podía dedicar a esa mujer.-No le voy a fallar.

Guillermo recorría esas calles casi todos los días. Lo hacía por instinto. Las mismas paradas de siempre.

Primero tomó el metro hasta Arguelles, para ir a la panadería cercana al Corte Inglés de Princesa: Un croissant, dos Donuts y dos cafés con leche para llevar. Pagó su compra.

Paró donde estaba aquel mendigo que se encontraba cerca de la Plaza de los cubos, apostado en un banco, con su fiel perro a sus pies.

-Ten.- Le dijo.- Tus dos donuts y tu café.
-Gracias.- Le sonrió cuando se los dio.- Te prometo que cuando pase esta mala época y logre ser alguien importante, te lo pagaré todo.
-Con que compres mis obras literarias, me doy por satisfecho.- Le respondió.

Así, tras todo esto, esperó a Gloria enfrente del teatro-cine Avenida. Ahí se conocieron hace más de un año.

Allí llegó ella. Un beso cariñoso de saludo. Él la notó fría.

-¿Pasa algo?- Preguntó él.
-Bueno, es que… creo que no nos vamos a volver a ver.
-¿Me estás dejando?
-No, te aseguro que no…O sí, aunque sé que me vas a odiar por esto, pero es solo que mis padres se van Sudamérica y debo ir con ellos. Entiéndelo.
-¿Qué? Perdona, pero no. No lo entiendo. ¿Cómo quieres que entienda que te vas así como así?-
-No es así como así.
-¿Desde cuándo lo sabes?
-Ese no es el tema.
-Gloria, ¿Desde cuándo lo sabes?
-Desde hace unos cuatro días, pero no encontraba el momento adecuado para poder contártelo.
-Muy bonito. ¡Esto es genial!
-Me estás gritando.
-¿Y qué quieres que haga? ¿Eh? ¡Dime!
-Te aseguro que no es lo que piensas. Te quiero y mucho, pero la distancia es muy mala y necesito el dinero que me proporciona mi padre. No me puedo negar. No sé vivir como una pobre como… tú.
-Eso, tú echa más leña al fuego, muchas gracias.
-Es la verdad y lo sabes.
-Pues si ese es el problema, podríamos irnos a vivir juntos. Sería sencillo. Buscamos un piso para ambos. Y yo puedo vender alguna de mis viejas historias a alguna editorial.
-Eres un encanto.- Le acarició las mejillas, dedicándole una sonrisa.-Pero no tenemos donde caernos muertos y, seamos sinceros, seré más una carga para ti que una ayuda.
-Da lo mismo. Te quiero a mi lado.
-No insistas más. Debo irme con mis padres. Además, es muy tarde para hacer planes, porque me marcho mañana.
-¡¿Mañana?! Y me lo dices así ¿No?
-Ya te lo dije, no sabía cómo...
-¡Eso es una gilipollez, Gloria! ¡Es una idiotez! ¡Si quisieras te quedabas conmigo! ¡Joder! ¿Es que no lo ves? Me importas más de lo que te puedes imaginar.
-¡¿Y qué esperas?! ¡¿Qué te diga que prefiero la vida que se me ofrece en otro país que a ti?! ¡Pues sí! Ahora mismo, la prefiero y no voy a renunciar a ello, porque, aunque no te lo creas, no eres tan especial.
-¿Tú te oyes? Soy yo, joder, soy Guillermo. Nos queremos, o eso es lo que me hacías creer. No puedes decirme que todo esto, todo lo que hemos vivido, nuestros planes de futuro, no valen más que tu forma de vida y tus lujos. Gloria, por Dios, eso no. Eres todo ahora mismo para mí.
-Tal vez el problema es que no soy ni tan fuerte, ni tan valiente como creías. En realidad solo soy una niña mimada y cobarde que se vende por no perder su modo de vida. Me duele decirlo en voz alta pero es lo que hay. Y antes de que esto se estropeé más, me voy.- Le dio un beso en la mejilla.- Espero que sepas perdonarme.
-No. No puedes dejarme. Te acabo de abrir mi corazón, Gloria. Te he dicho cosas muy importantes para mí ¿Y aun así te vas sin más?- Preguntó pero ella se perdió entre la gente.

Y dos horas después, tras sentarse en un banco cercano y ver a la gente ir y venir, Guillermo Belmonte tomó una decisión. Sabía que, aunque las esperanzas parecieran nulas y se dijeran tantas cosas tan duras, aun la amaba. La amaba tanto como para cometer una locura o una idiotez, según se mire.

-Puede que Madrid se me haya quedado pequeña.

Se plantó en su piso, recogió un par de cosas decidiendo liar sus pocos bártulos para irse a la búsqueda de Gloria y salió corriendo.

-¡Mi dinero!- Gritó desde el descansillo la señora Matarrisas viendo que su inquilino había tomado la decisión de abandonar el piso apresuradamente.
-¡Qué la den, bruja!

Reunió dinero suficiente para un billete de tren a Málaga  y de allí tomar un barco rumbo a Sudamérica.

Y se sentía más idiota, si cabe, cuando decidió tomar el único barco mercante ruinoso comandado por un capitán medio loco (o loco y medio, aún tenía serias dudas sobre ello), pero, tal vez, eso es lo que él buscaba. Un barco que no se pareciera a ningún otro.

El capitán Hugo Toledano era un hombre de cabello negro, aunque entrecano en las sienes, barba extrañamente bien arreglada y ojos azules
El buen capitán debía de rondar los cuarenta y muchos o cincuenta y pocos. Su indumentaria era muy peculiar: Chaqueta de capitán con anclas doradas en las solapas, jersey de cuello vuelto, un par de anillos en ambas manos, pantalones anchos de color azul oscuro, botas envejecidas, que antes  debieron ser de un negro muy lustrado, y un bastón con una empuñadura que tenía un grabado de un barco surcando un mar embravecido. El bastón no era un adorno, pues Hugo Toledano cojeaba de la pierna izquierda.

Lo más curioso de este viaje es que el capitán accedió a llevar al joven escritor al contarle sus motivos.

-Señor mío, creo que no miento si digo que cualquier causa es injusta comparada con el Amor. Así pues, suba a mi barco. Bienvenido al Grifo dorado, caballero.

Era un tipo agradable, si llegabas a ver la gracia en alguien que no dejaba de ser un anacronismo, como si el tiempo en él pasase a otro ritmo. El caso es que accedió a llevar a Guillermo en su embarcación y proporcionarle un lugar tranquilo entre la tripulación, tan atípica como lo era su capitán.

La noche en la que habían zarpado, Guillermo decidió pasear por la cubierta y encontró al capitán Toledano mirando al cielo. Musitaba algo.

-Buenas noches.- Saludó el joven.
-¡Buenas noches, amigo mío!- Le respondió efusivamente.- ¿Disfrutando de la brisa marítima?
-Algo así…
-En poco tiempo, llegaremos a nuestro destino.
-Me alegra oírlo.
-¡Ah, el Amor! Es aquello que vuelve loco a unos y esclavo a otros.-Reflexionó con voz profunda.-Una vez yo fui como usted... en tiempo que parecieron más fáciles. Antes del naufragio en el que mi menisco se hizo añicos.
-¿Naufragó?-Guillermo se inquietó
-Sí, amigo. Hace veinticinco años. Pero hay una ley en la marinería bien clara: Un capitán solo puede naufragar una vez en su vida.
-No sé yo si eso me deja muy tranquilo.
-Confíe en mí. Sé de lo que le hablo, llevo muchos más años de los que usted puede tener siendo capitán.

No quiso discutir con Toledano, pero le daba la extraña impresión de que estaba muy lejos de poder definirse como buen capitán.

Por desgracia, no fue un viaje de placer, ni mucho menos.

Primero, el escritor enamorado tuvo que compartir camarote con tres de aquellos lobos de mar que formaban parte de la pintoresca tripulación, algo poco agradable, para su gusto. Uno de ellos era un hombre grandote, calvo y tatuado de cabeza a pies. No en balde le apodaban el estampado. Los otros eran los mellizos Merchán, de cabello oscuro, ojos azules y rostro afilado. Uno de ellos, Julio, tenía una fina barba oscura. Este trio tan distintivo no era muy comunicativo con Guillermo.

Además, debió de ser que, por el balanceo de la nave,  Guillermo se mareó y echó por la borda hasta la primera papilla. Pero no una vez, sino hasta cuatro veces en los dos días de viaje. No supo muy bien el motivo exacto, pero los marineros se mofaban del pomposo de tierra firme, que fue como algunos le apodaron.

-Caballeros, no está bien reírse de un pobre diablo que sufre.- Indicó el capitán a sus hombres.- Y menos cuando está echando hasta el hígado por la borda de nuestro barco. No querrán parecer unos insensibles.

Más risas, a las que se unieron las carcajadas de Hugo Toledano. Era algo muy humillante.

Se podría decir que Guillermo encontró un aliado en ese barco, aparte de su, a ratos,  cordial relación con Toledano. El contramaestre Gustavo Pratt. Un hombre nervudo, de mirada nítida, mandíbula cuadrada, cabello negro peinado para atrás y un frondoso mostacho perfilado como aquellos forzudos de antaño. Su mano izquierda había sido sustituida por una de madera, similar a la de algunos maniquíes de los escaparates de las tiendas o de las que se usan de modelo para dibujar. Había nacido en Torredembarra hace cuarenta y dos años y se hizo marinero por el mismo motivo que su padre se hizo marinero: Por herencia familiar.

Guillermo no supo nunca porque se dignó a enseñarle al contramaestre aquella foto que tenía como recuerdo. Era una fotografía de él abrazaba por la cintura a Gloria, quien  estaba mirándole anonadada. Guillermo no era muy dado a hacerse fotos. Decía que era poco fotogénico, no así Gloria. 

-Tal vez le hablo de todo esto porque necesitaba a alguien que no me juzgase.
-¿Por qué dice eso?
-Nada. Bobadas mías. Olvídelo.
-No creo que sean bobadas. ¿Sabes qué creo? Que temes equivocarte. Es normal, pues todos nos equivocamos. Es decir, todos no. Los cautos rara vez se equivocan, pero ¿Quién demonios quiere ser cauto?  

Tras varios días de navegación sucedió lo peor.   

Una tempestad, un brutal temporal que creó destrucción a su paso, sorprendió a todos en aquel barco. Hasta que finalmente… un golpe de las enormes olas desequilibro la embarcación y el escritor cayó al agua, víctima de la furia del mar que, al final, le dejó sin sentido al golpearle con violencia.

Recordaba que antes de caer a las bravas aguas, le pareció soñar algo al estar sin sentido, flotando. Vio, en una especie de bruma, imágenes de diversos instantes de su vida, para casi al final ver la silueta de Gloria, o eso creía él. La silueta femenina entrecortada por una cetrina luz, acercó su rostro en tinieblas al de Guillermo y le besó en la frente. Fue entonces cuando volvió en sí.

Se encontraba en una playa. Debió de ser un milagro. Estaba sano y salvo, pero no sabía muy bien dónde.

Su primer pensamiento al ver esa situación, y tras vomitar el agua que pudo haber tragado, era que esperaba no encontrarse en una isla desierta.